Algo tan difícil de lograr como el récord mundial de altura de un edificio podría terminar durando los 15 minutos de gloria que tan democráticamente pronosticó Warhol. El estadounidense Adrian Smith -que hace año y medio firmó en Dubái el Burj Khalifa, de 828 metros, con el estudio de arquitectura de Chicago Skidmore Owings y Merrill- acaba de ser elegido para levantar el rascacielos que destronará su creación anterior.
Ha cambiado el contexto. El nuevo rascacielos de Smith estará en Arabia Saudí, medirá 1.000 metros y crecerá en el centro de un nuevo barrio de lujo y comercio que se construirá en Jedah, cerca del mar Rojo. También ha cambiado el arquitecto: Smith abandonó hace un lustro la firma de Chicago con la que trabajó en el Burj para fundar Smith&Gill con Gordon Gill y Robert Forest. Su nuevo estudio tiene hoy sedes en Estados Unidos y Dubái. También 150 empleados (en los tiempos que corren). Y, aunque firmó en Chicago la torre Trump, realiza la mayor parte de sus trabajos en países como India, Malasia, Corea del Sur, Emiratos Árabes o China.
En apenas cinco años han levantado la torre Jin Mao, en Shanghái, y la torre Pearl, en Guanzhou. Hace un mes anunciaron que levantarían en China el cuarto edificio más alto del mundo. Sin embargo, ayer, Smith y Gill escalaron tres puestos más para ponerse, de nuevo, a la cabeza de la sección de arquitectura del Libro Guinness de los récords. Su futura torre Kingdom (Reino) tendrá el observatorio más alto del planeta, un hotel Four Seasons, una terraza en la planta 157 y oficinas y apartamentos de lujo.
Lujo es un adjetivo que hoy parece irrenunciablemente asociado a ciertas alturas. Y, visto que nada es capaz de representar la imagen del poder tan rápidamente como la torre más alta del mundo, en Oriente Próximo parecen empeñados en quedarse con los récords tras destronar en el podio al sureste asiático, más concentrado hoy en rentabilizar la densificación de sus ciudades que en convertir en habitable el aire.



Publicar un comentario