Hace cien años, las drogas pasaban con facilidad de un país a otro sin que las autoridades interpusieran grandes obstáculos. Todo empezó a cambiar con la Convención Internacional del Opio, por la que los países firmantes se comprometieron a detener el comercio de opio, morfina y cocaína.
Entonces, como ahora, Estados Unidos representaba la avanzada de la ofensiva contra los narcóticos. Mientras, Reino Unido, la potencia hegemónica durante el siglo XIX, firmó con poco entusiasmo aquel tratado, según Mike Jay, autor de "Emperors of Dreams: Drugs in the Nineteenth Century" ("Emperadores de Sueños: Drogas en el Siglo XIX").
Hace un siglo la inquietud principal era el alcohol, explica. "Había un gran debate sobre la intoxicación ya que preocupaba la costumbre de consumir ingentes cantidades de alcohol, muy extendida en el siglo XIX".
La ambigüedad respecto al opio era comprensible. Reino Unido había librado dos guerras a favor del comercio de opio en el siglo XIX, en las que consiguió que China no restringiera su importación.
Y el consumo de opio era visto a mediados del siglo XIX de manera muy diferente a la actual. Era posible entrar en una farmacia y comprar no solo opio y cocaína, sino incluso arsénico.
Si fuera posible visitar uno de los grandes puertos británicos del siglo XVIII o XIX, podríamos ser testigos de la llegada de opio en el cargamento ordinario.
En febrero de 1785, el periódico The Times informó de la descarga en Londres de opio procedente de Esmirna (Turquía), junto con petróleo de Livorno (Italia), y guisantes de Gdansk (actual Polonia).



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